Sección 2: Bases teóricas y metodológicas

Los corredores biológicos como estrategia de conservación y restauración ecológica tiene su origen en la Teoría de Biogeografía de Islas (MacArthur & Wilson, 1967), la cual considera que los hábitats naturales se comportan como “islas” cuando son disgregados o fragmentados debido a la influencia de la actividad humana.  Este modelo considera que los parches de hábitat fragmentado están inmersos en una matriz de paisaje, que es un medio hostil para los organismos dentro de los parches, limitando el flujo genético y exponiendo a las especies a un alto riesgo de extinción.  En este contexto, los corredores se presentan como elementos lineales de hábitat que conectan los parches,  pueden variar en longitud y anchura, y permiten el flujo de especies y de genes.  Este modelo ha evolucionado con el pasar del tiempo.  McIntyre & Barret (1992) propusieron el modelo del paisaje “abigarrado” (variegated, en inglés), donde los paisajes fragmentados se componen de una diversidad de hábitats que muestran diferentes niveles de modificación con respecto a las condiciones originales, generando también una variedad de adecuación de hábitat. Como resultado, la estructura circundante puede variar en su capacidad de permitir el paso a diferentes organismos. En otras palabras, no se trata de un obstáculo en sí, sino que su utilidad varía según la especie y el alcance del entorno en el que la especie decide emplearlo.

Tanto el modelo de islas, como el de matriz-parche-corredor y el de paisaje abigarrado, son modelos basados en patrones.  Hoy día, se transita hacia la aplicación de modelos basados en procesos.  Este es el caso del modelo de paisaje continuo (McIntyre & Hobbs, 2001; Fisher & Lindenmayer, 2006), que se enfoca en los procesos que dan lugar a la distribución de las especies. En este, el paisaje es un contínuo espacial y temporal donde las distintas especies perciben y responden en escalas diferentes, tanto al gradiente continuo del hábitat como a gradientes de factores ambientales que influyen en procesos biológicos.  Además, existen otros gradientes de alimento, refugio, espacio y condiciones climáticas, ya que estos factores están estrechamente ligados a procesos ecológicos, y por lo tanto deberían estar relacionados con los patrones de distribución de las especies (Figura 1) (Valdés, 2011).

Figura 1.  Modelos de fragmentación

Modelos de fragmentación
Fuente: (Valdés, 2011)

En este nuevo paradigma, los corredores biológicos cobran un nuevo significado.  Más allá de una simplificada función de conexión de remanentes de hábitat en una matriz de paisaje para permitir el movimiento de especies, los corredores cumplen una función ecológica en un amplio sentido.  Son también espacios dedicados a mantener y restaurar la conectividad ecológica efectiva, es decir, el flujo de los procesos naturales que sostienen la vida, incluyendo la vida humana.  En este espacio alberga un sistema socioecológico complejo, donde interactúan factores biofísicos y sociales, con propiedades emergentes y capacidad auto-organizativa, los cuales generan dinámicas y patrones observables en el paisaje (Urquiza Gómez & Cárdenas, 2015).

Para comprender las diversas funciones de los corredores biológicos y gestionarlos adecuadamente , es importante conocer algunos conceptos clave.

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